jueves, marzo 06, 2008

EL HOMBRE QUE NO PODÍA DORMIR

La tarde desparrama sus brazos de luz anaranjados sobre la piel de la ciudad. Ociosa, y plena, suspira aire fresco, levanta sin recato las cortinas de balcones, indiscreta escucha conversaciones de sobremesas, asiste sin permiso al café postrero. Su mirada, dura de sol, recorta sombras y bosqueja con ellas pinturas abigarradas de húmedo calor en muros de la bahía, y, al vaivén coreográfico de las gaviotas, dirige complacida la sinfonía de cuerpos rebosantes de tiricia verspertina.
Dejo que, sin remedio, acaricie mis párpados, abandonado al agradable sopor que nubla sutilmente la mirada. Sobre la dadivosa superficie horizontal, escucho, sin saber si el día apenas comienza en realidad, una voz vegetal, de madera, quedita y quejumbrosa decirme al oído: ¿de nueva cuenta dormirás?. Sobresaltado despierto, abruptamente con el sol justo en mi cara, un par de labios en la cabecera de la cama insisten en recordarme: ¿dormirás de nueva cuenta?...son las siete de la mañana.

La tarde desparrama sus brazos de luz anaranjados sobre la...