jueves, julio 31, 2008

miércoles, julio 30, 2008

martes, julio 29, 2008

lunes, julio 28, 2008

sábado, julio 26, 2008

INVENTARIOS

Higos

Era un ritual magnífico, lleno de aromas, sonidos e imágenes inquietantes. Recorrer junto con su madre la vieja zona del mercado para llegar al local, donde le surtían de frescos y verdes higos era, para aquel infante, como entrar por la boca de un gigante y arrancarle un diente de oro. Luego, con el botín, desbordado de frutos en la reja de madera, se lanzaban en pos de un taxi, y de ahí, a casa. Cada joya era lavada con sumo cuidado por la mujer. Con cuchillo en mano dibujaba una línea sagital que cortaba casi en dos al diamante virgen. Reunidos todos en un enorme crisol de metal eran ahogados en agua azucarada, en un hervor que parecía no tener fin. El tiempo, ese desdichado tetrarca inventado por el hombre huía. Los caminos oscuros y amargos desaparecían, la casa se inundaba de un aroma infinito, inagotable. Aquella fragancia estaba en todas partes, en el piso, en las camas, en la comida, en los juegos vespertinos, en los atardeceres veraniegos. Qué olor tan dulce aquel, que algún día fue.

Pasaron los años, y aún, la madre, de vez en cuando elabora tan mágico festín, aunque en menor magnitud y cantidad. El niño, quien la giganta vida le ha arrancado varios dientes ya, apenas entendió, no hace mucho, que aquel ejemplo de entrega gracias a la transformación de la materia fue la herencia materna más importante, y el recuerdo, el refugio más dulce.

viernes, julio 25, 2008

jueves, julio 24, 2008

miércoles, julio 23, 2008

martes, julio 22, 2008

lunes, julio 21, 2008

sábado, julio 19, 2008

INVENTARIOS

Misa en domingo

La madre del pequeño no lo podía creer cuando le pedía ir a misa los domingos. Rarezas de un niño de seis años, se decía. Esto le acrecentaba el orgullo materno que, ante la menor oportunidad, expresaba sin pudor. A mi hijo le gusta oír misa, escuchar la palabra del Señor, presumía. Ella sólo veía lo que quería ver, y explicaba únicamente lo que podía explicar. El Señor clavado en la cruz está ahí por nuestra culpa, dijo, cuando el pequeño le interrogó sobre su dramático estado. ¿Por nuestra culpa?, ¿pero qué hicimos? preguntó insistente. La mamá no respondió, y un silencio de atavismos clavó en su pueril mente una duda injusta y dolorosa. No obstante, y con semejante herencia conceptual a cuestas, el niño se entregaba a la grata experiencia del canto colectivo. Nada entendía de la monserga religiosa lanzada desde el escenario, y no importaba, él se conectaba intuitivamente con aquel ambiente que la música coral generaba. Y lo disfrutaba, al grado que cantaba al unísono, sin siquiera saber a ciencia cierta el significado de la prosa, cantaba a la par que todos, sin pena, con toda la ingenuidad que la niñez concede y permite.

Nunca comprendió la madre que aquellas visitas a la casa del Señor representarían para el pequeño sus primeras experiencias estéticas en el campo musical. Y qué bueno. El tipo con los años, y con la turbulenta energía que la adolescencia otorga, tocó la flauta dulce, y practicó durante doce meses el saxofón alto, con pentagrama por supuesto. Además, se deshizo de la pesada cruz de absurdos credos a golpes de preguntas, ironías y sarcasmos. Aquellos baquetazos se convirtieron, para bien o para mal, en su forma de vida. De la música sólo le queda el sueño de tener, algún día, un grupo de jazz.

A veces, un rabioso anhelo lo invade luego de tanto tiempo. Le gustaría ser niño de nuevo, e ir desmemoriado, desaprendido, y despreocupado a cantar, a cantar con todos más fuerte, más alto, y gritar, para que los administradores de la fe abandonen el templo despavoridos y dejen de mercar con la sombra que los siglos han dejado de eso, inexistente, que llaman Señor.

viernes, julio 18, 2008

jueves, julio 17, 2008

miércoles, julio 16, 2008

martes, julio 15, 2008

lunes, julio 14, 2008

viernes, julio 11, 2008

jueves, julio 10, 2008

miércoles, julio 09, 2008

martes, julio 08, 2008

lunes, julio 07, 2008

domingo, julio 06, 2008

BITÁCORA DEL NIGROMANTE

Ruta 4

No hay soledad más dura que ir despierto en el camino mientras los demás duermen.
Más duro es ver al compañero recibir parcelas de libertad por silencio y ceguera.
Pero resisto al sueño, y mantengo la mirada fija a pesar de la noche.