martes, mayo 20, 2008

LAS PUERTAS

La primera me abrió los ojos, vi de distinta forma a la acostumbrada, reconocí matices, encontré fronteras de luces, sombras y colores, arquitecturas lineales, infinitas relaciones entre inagotables mundos paralelos. Así me he ganado la vida. La segunda me abrió el pecho, reverberó el caudal del amoroso río de las tempestades, y me abandoné a la locura. Y pasó, como tienen que pasar las cosas pasajeras. La tercera me golpeó, me derrumbó, despedazó mis anhelos. Hay golpes, de dolor, de los que uno nunca se recupera; no hay forma de esquivar su fuerza, su descomunal y maldita inercia, su enigmático y misterioso significado, si es que lo tiene. Ahora, veo el sufrimiento bajo la ropa, ofrezco abrazos y oídos solidarios, reconozco lo que nos hace comunes, felices y desgraciados. La cuarta me abrió un invisible universo de aromas infinitos. Gracias yoga, conocimiento milenario. Puedo reconocer el aroma del miedo, el salado viento del mar, el olor a tristeza de una enorme ciudad, o los escandalosos perfumes en un camión colectivo, en una de las peores tardes de calor en el puerto. Pobre de mi nariz. La cuarta, y la más reciente, le ha dado a mis manos mirada propia, alas para volar en la piel del otro, que soy yo mismo, reconfortando espaldas cansadas, cuellos tensos, afligidos brazos, pies castigados. Estoy reconciliándome con mi alma a través de los demás cuerpos; la práctica del masaje será mi cura. Y otra digna y hermosa manera de ganarme la vida.