Mares del deseo
Tantos cuerpos semidesnudos, en aquel baño de mujeres, no cabían en la mirada del pasmado niño. La madre no tuvo más opción que cargar con él, ante la impensable idea de dejarlo con alguien mientras ella, y su pequeña hija, se duchaban y vestían a toda prisa luego de estar los tres sumergidos en la alberca del centro deportivo. Un concierto de brazos, dorsos, senos, toallas, ropa interior, sandalias, inundaban y aturdían su campo visual. El vocerío de múltiples sonoridades, y las abigarradas fragancias, incrementaban su inquietud. Eran gigantas a punto de salir a la palestra, concentradas en abluciones secretas, y en el arte de vestirse con hermosos textiles para la batalla. Su permanencia no duró mucho, salió tan pronto como entró, de contrabando, como si nada hubiese visto, qué ingenuo, de aquel húmedo templo de corporeidades. Llevó consigo, en la piel, el peso de muchas miradas y la deliciosa semilla erótica que brotó al transmutar su pueril forma en pez y retornar a los oscuros, e interminables mares del deseo.