sábado, septiembre 20, 2008

INVENTARIOS

Olga

Fue una mujer, Olga, quien le enseñó a manejar las complejas combinaciones de signos que, ante la mirada perpleja de los infantes, desentrañaba con infinita paciencia. Así, bajo la tutela de la robusta maga, emprendió la tarea de llamar por su nombre a las cosas, y con ello, sentir por vez primera la melancolía que conlleva escribir de lo ausente. No se aferren a lo nombrado, decía ella, no podrán recuperarlas luego de escribirlas, déjenlas ir. Lo único que leemos son sus sombras, si acaso palabras, o insignificantes letras para enunciarlas, reconocerlas apenas y distinguir la diferencia entre el día y la noche, entre un sí y un no. Más allá del horizonte común no sabemos a dónde va todo lo que nombramos.

El tiempo pasó, entre cosas irrecuperables para el niño. La maestra tenía razón. Duele la ausencia, y las preguntas de siempre, ¿por qué, y para qué la vida? Mientras escribe, algo comprende, pese al dolor de las cosas que sin remedio pasan. Cuanta razón tenía Olga.